Mencion Honrosa Concurso Nuestra Palabra 2006 TorontoHispano.com
Hay algo que da esplendor a cuanto existe,
y es la ilusión de encontrar algo a la vuelta de la esquina.
Gilbert Keith Chesterton
Era el lunes de una semanita de trabajo, que se pintaba grisácea y latosa, pero que estaba a punto de dar un vuelco: no inesperado, más bien, muy ansiado. El resplandor de la pantalla de la computadora bañaba la cara de Rafael, mientras revisaba su agenda y buzón de correos. Luego, con la avidez de caza de un animal nocturno, tecleó http://www.cybereros.com/, uno de esos portales de chateo donde la gente desparrama sus ganas de cualquier cosa sin exponer su personalidad física, como si fuese ésta la más vulnerable y delicada de las características humanas. Quizás buscaba matar el tedio o provocar la imaginación de quien busca una relación perfecta o acaso como una forma de revelar las confidencias de su alma desnuda. Rafael nació en ese momento de la historia cuando las computadoras estaban confinadas en criptas oscuras y secretas de las universidades y de los grandes consorcios, pero que, cobrando una vida casi imposible para alguien con inteligencia media, se escaparon por el mundo, ocupando espacios de gentes con la vorágine de un alud, sin que nadie se percatara del impacto que ejercerían sobre el manejo de la economía, las recetas de cocina japonesa, el robo de identidad y el sexo. Quizás sus hijos acabarían por vivir en paz con las máquinas, pero por ahora, él libraba la colosal batalla de comprender cómo era que combinaciones de ceros y unos, fluyeran a través de un cosmos de cables, desbaratándole los ritos humanos de la seducción y del amor que hasta ahora había practicado con alguna pericia.
Miró el espacio donde latía el cursor como el corazoncito de querubín. Se manifestó el mensaje de aprobación de entrada al portal divino y a partir de ese instante, como con el movimiento del manto de un mago, el tímido Rafael se convertía en el aterciopelado James Bond.
Abierto el silencio de su pantalla, como un duende siempre aparecía Mata Hari(conocida en el mundo real como Rebeca). Rafael-James Bond, en una forma de embeleso catatónico, leía a Mata Hari toda. Ella, con la picardía de una niña mala, miraba sobre su hombro para asegurarse que nadie invadiera sus predios y tecleaba www.cybereros.com, quedando atrapada en las redes de la Red con un afán sin explicación. Y es que todo este asunto de búsqueda de flechazos electrónicos comenzó como un juego. Tras una cortina de datos encriptados, Rebeca borraba las rigideces adquiridas durante su infancia y la timidez de principiante de internauta en lo que a amoríos se refería. Ahí se tornaba sinuosa, casi felina mientras plasmaba sus anhelos sin tapujos ni turbaciones. Durante algún tiempo, nadie respondió y sus líneas parecían perderse en el aire como señales de humo. Al final, se maldijo por gastar su tiempo buscando lo que no se le había perdido, hasta que ese día, gris y latoso, apareció en la pantalla la réplica de alguien con nombre de espía inglés:
“…”
“…estás”
“…estás muy”
“…estás muy callada”
“…estás muy callada hoy…” apareció en la pantalla.
Con una trepidante sorpresa que no le abandonaba las piernas, Mata Hari-Rebeca titubeó un instante y luego de amansar la traviesa sonrisa, se mordió el labio y escribió:
y es la ilusión de encontrar algo a la vuelta de la esquina.
Gilbert Keith Chesterton
Era el lunes de una semanita de trabajo, que se pintaba grisácea y latosa, pero que estaba a punto de dar un vuelco: no inesperado, más bien, muy ansiado. El resplandor de la pantalla de la computadora bañaba la cara de Rafael, mientras revisaba su agenda y buzón de correos. Luego, con la avidez de caza de un animal nocturno, tecleó http://www.cybereros.com/, uno de esos portales de chateo donde la gente desparrama sus ganas de cualquier cosa sin exponer su personalidad física, como si fuese ésta la más vulnerable y delicada de las características humanas. Quizás buscaba matar el tedio o provocar la imaginación de quien busca una relación perfecta o acaso como una forma de revelar las confidencias de su alma desnuda. Rafael nació en ese momento de la historia cuando las computadoras estaban confinadas en criptas oscuras y secretas de las universidades y de los grandes consorcios, pero que, cobrando una vida casi imposible para alguien con inteligencia media, se escaparon por el mundo, ocupando espacios de gentes con la vorágine de un alud, sin que nadie se percatara del impacto que ejercerían sobre el manejo de la economía, las recetas de cocina japonesa, el robo de identidad y el sexo. Quizás sus hijos acabarían por vivir en paz con las máquinas, pero por ahora, él libraba la colosal batalla de comprender cómo era que combinaciones de ceros y unos, fluyeran a través de un cosmos de cables, desbaratándole los ritos humanos de la seducción y del amor que hasta ahora había practicado con alguna pericia.
Miró el espacio donde latía el cursor como el corazoncito de querubín. Se manifestó el mensaje de aprobación de entrada al portal divino y a partir de ese instante, como con el movimiento del manto de un mago, el tímido Rafael se convertía en el aterciopelado James Bond.
Abierto el silencio de su pantalla, como un duende siempre aparecía Mata Hari(conocida en el mundo real como Rebeca). Rafael-James Bond, en una forma de embeleso catatónico, leía a Mata Hari toda. Ella, con la picardía de una niña mala, miraba sobre su hombro para asegurarse que nadie invadiera sus predios y tecleaba www.cybereros.com, quedando atrapada en las redes de la Red con un afán sin explicación. Y es que todo este asunto de búsqueda de flechazos electrónicos comenzó como un juego. Tras una cortina de datos encriptados, Rebeca borraba las rigideces adquiridas durante su infancia y la timidez de principiante de internauta en lo que a amoríos se refería. Ahí se tornaba sinuosa, casi felina mientras plasmaba sus anhelos sin tapujos ni turbaciones. Durante algún tiempo, nadie respondió y sus líneas parecían perderse en el aire como señales de humo. Al final, se maldijo por gastar su tiempo buscando lo que no se le había perdido, hasta que ese día, gris y latoso, apareció en la pantalla la réplica de alguien con nombre de espía inglés:
“…”
“…estás”
“…estás muy”
“…estás muy callada”
“…estás muy callada hoy…” apareció en la pantalla.
Con una trepidante sorpresa que no le abandonaba las piernas, Mata Hari-Rebeca titubeó un instante y luego de amansar la traviesa sonrisa, se mordió el labio y escribió:
“Es”
“Es que”
“Es que te”
“Es que te estaba”
“Es que te estaba esperando…”
Y por ahí se largaron en medio de un delicioso esparcimiento de imágenes nuevas que surgían del intercambio de sus detalles. Sus mentes curiosas y corazones inquietos estaban atestados de apariencias y de profesionalismo. Pero algo parecido al erotismo se activaba cuando las palabras (o lo que estaba abierto a cualquier interpretación) describían encuentros imaginados de respiraciones fuertes. En ese espacio, todo era posible. Pero, Mata Hari-Rebeca no entendía cómo era que un hombre tan brumoso, le inspirara confianza y hasta le desatara un poco de lujuria. James Bond-Rafael le daba vueltas al raro magnetismo en las perspectivas de ésta mujer, tan ondulantes como ella y que lo arrastraban al mero centro de su alma. No se conocían personalmente pues Rebeca estaba segura que a ningún hombre le atraerían sus pechos grandes, ni sus ojos juntos ni su melena rebelde apaciguada por los rigores corporativos. Y Rafael se avergonzaba de su timidez de nerd, sus largos brazos y sus anteojos con demasiados aumentos. Pero al traspasar el portal de la Red, ambos adquirían fantásticas vidas paralelas, investidos de cuerpos magníficos y aires de Dioses, donde jugaban al amor sin tamices y sin riesgos. James Bond-Rafael nunca había bebido el brillo en la mirada de Mata Hari, pero sabía que ella era tibia por dentro, poseedora de un cierto aire de delicioso veneno y que el mar le alborotaba las venas. Reconociendo la fortaleza y la solidez de su amado virtual, ella adivinó la pasión de James Bond por los carros antiguos, y urgida lo imaginaba como un sofisticado galán con su don de audacia y su forma atrevida, aunque jamás se recostaría sobre su pecho, fuerte y amplio, pues él era del mismo material del que estaban hechos sus sueños. Existía entre ellos un “no sé qué”, una mutua sed extraña en medio de lo impalpable de su moderno romance epistolar. Ambos sabían que nunca existirían ni besos ni sus intensas prolongaciones, pero se soñaban con una dosis de aventura, disipando el hastío de la cotidianidad con feromonas electrónicas, hasta llegar a ese sitio donde se confundían el final de la piel con el comienzo de cosquilleos binarios. Y no es que creyeran que el enamoramiento clásico “tête-a-tête” hubiese llegado al colmo de la obsolescencia, sino que éste atmósfera electrónica les brindaba la seguridad de seguir con sus vidas intactas sin el miedo de pactar con lo desconocido, por más que caminaran al filo de un precipicio con placer. Era más fácil lidiar con el silencio de un cursor que con el curso diario de otro ser. Por supuesto tenían un acuerdo tácito de que los mensajes se “autodestruirían en 5 segundos”, a la usanza de la película de Misión Imposible, y al pulsar el botón de Borrar, las líneas se volatilizaban en el ciberespacio, pero quedaban grabadas en la memoria de sus entrañas electrizadas. A veces sus conversaciones eran bizantinas, a veces profundas reflexiones sobre la vida, a veces chistes superficiales. Pero de a momentos surgía un sano juicio de acabar con algo que no iba a ninguna parte, entonces Mata Hari-Rebeca se volvía prudente y se desvanecía. Y James Bond-Rafael, molesto con su propia ingenuidad, tampoco escribía más. Y ante sus monitores, ambos se comían las uñas, esperándose…hasta que uno de los dos rompía el silencio con perdones y besos virtuales.
A las cinco de la tarde cuando los empleados salían en comparsas de las oficinas, James Bond, rozó el teclado como si fuese el pecho desnudo de Mata Hari en ese instante solapado entre espía ingles y hombre concreto. Mata Hari anticipó la nostalgia de tener que volver al riguroso estado de apariencia balanceada de Rebeca. Entonces, como triste gata egipcia, besó la pantalla en un rito de despedida.
“Te espero mañana...”
“Aquí estaré”.
En la penumbra de su oficina, Rafael estaba perdido de añoranza en el limbo entre la fantasía y la realidad. Miró su reloj y corriendo, se coló jadeante en el ascensor justo en el momento en que las puertas de acero inoxidable y maderas exóticas se cerraban. Algunos empleados de la firma conversaban, otros miraban a un inexistente punto frente a ellos como mudos robots. Rafael comentó con un colega sobre la agenda para la próxima reunión de gerencia. Miró su reloj de nuevo y alcanzó a ver a su secretaria, severa como una institutriz alemana, entre la gente apelotonada en el ascensor. Dirigiéndose a ella con la distancia que dan las calificaciones curriculares, le preguntó:
- ¿Están listos los informes para la reunión de la semana que viene?
El ascensor paró en el segundo nivel de estacionamientos y el tropel de gente dejó vacía a la gran caja, excepto por jefe y secretaria.
Las puertas se cerraron nuevamente.
- Si. Ya las copias están encuadernadas, respondió seca y competente.
En el primer nivel de estacionamientos cada uno tomó su camino.
- Que tengas buenas noches, Rafael.
- Gracias, entonces hasta mañana, Rebeca.
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