martes, 15 de mayo de 2007

Imaginado

-“Me invocaste y aquí estoy para ti” susurró él, cual aparición mística, flotando en una niebla tenue con su aire de sabio gato persa y su abismal mirada de basalto.

Entonces la Tierra detuvo su paso por un instante. Se poso ingrávido el silencio sobre todas las cosas. Saetas de luz se fueron colando entre las ramas de los árboles, pero la gran silueta le hizo sombra al sol y envolvió a la mujer en una perturbadora nube de dudas. Inmersa en la historia que le revoloteaba en el alma como una mariposa contra el cristal de una ventana, sintió la corriente glacial que le quitó el aliento y la volvió toda temblor. Levantó la vista del papel que había caligrafiado con la infinita paciencia de la creación. El vértigo no le permitió articular palabra alguna. Alucinó reviviendo momentos de un pasado que aun no había habitado. Reconoció al personaje que le palpitaba adentro, con su honda mirada fija, con los desnudos olores del deseo, con los primitivos albores de su amor. Y es que en ese día cualquiera, mientras ella vaciaba su vida real en garabatos de fantasía, como quien no entiende más razón que la de sus ganas de amar, el hombre de tinta y papel se volvió real, mágico, único.
Ella lo había inventado, plasmándolo en el prístino papel de sus entrañas. Él había brotado de sus manos a medida que ella recorría las líneas sin mayor freno que el del tiempo incomprendido. Lo había dibujado con su pluma, con la eterna calma del pintor que coloca delicados trazos sobre el lienzo virgen. Lo había tallado con el cincel de su agónica añoranza, con la urgencia de sus brazos.
El no sabía era su dueño, pues él era solamente una criatura imaginaria, como un unicornio dorado, como un dragón alado. No se suponía que fuese real. Pero, ella palpaba cada borde de sus ojos negros, cada pliegue de sus serenos labios. Lo amaba entre los tules de sus sueños, lo deseaba hasta las fronteras de sus fantasías. Con la anticipación de ávidos amantes furtivos, cada tarde, ella lo buscaba en sus manuscritos, y en sus palabras daba rienda suelta a miedos y a esperanzas. Ella lo había presentido desde los confines de su existencia con un afán sin explicación, con un temor sin límites, con un amor sin prudencia. Le dolía el cuerpo al verlo con masa y peso, invocado con la tinta sagrada de la redención, pero demasiado tarde. Al filo del silencio, este espejismo emergía intacto de su memoria, pues lo llevaba grabado con ancestral fuego en la yema de sus dedos. Tan palpable, tan suyo, tan perfecto. Y sólo entonces creyó con fe ciega en la existencia efímera pero eterna de su alma gemela.

Ella cerró los ojos, esperando que la imagen se esfumara, pero al mismo tiempo deseando que el torbellino no acabara nunca. En la oscuridad tras sus párpados, lloró y rezó:

¿Quién eres?
Creí saberte. Pensé conocerte. Y ahora que te tengo aquí, todo mío, no sé que hacer contigo. Moras en la médula de mis pensamientos, pero no puedes permanecer en mi verdad, aunque ocupes mis madrugadas insomnes, llenes mis días soleados e invadas mis atardeceres quietos.
¿Qué haré de tu hiriente sonrisa, de tus ojos que me turban?

Regresa a la página, mi amado bien, que en mi vida real, no tienes cabida. Mas te seguiré amando entre las sábanas blancas de mi cuaderno. Las suaves caricias inventadas vivirán en las líneas de mis dedos manchados de tu tinta. Nuestros eternos besos rozaran para siempre las escenas de mis cuentos.

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