sábado, 26 de mayo de 2007

Genesis


Y en el séptimo día, Dios hundió las manos en el barro y el lujo terrenal de la greda le revoloteó en las entrañas. Al principio era sólo arcilla, una mera forma elemental, pero el revoltijo nació del universo mismo y cobró existencia que vibró bajo sus dedos. Y entones, Ella creó a Eva a su imagen y semejanza, ígnea, pétrea, fuerte.

Pero, Adán…!Ay! Éste Adán que se asomaba del amasijo..., éste Adán era otra cosa.


Con manos y tembloríos, Ella moldeó los contornos del monolito de fuerzas primitivas a ojos cerrados, pero con el alma abierta. Con la paciencia de la lluvia infinita, las líneas de su escultura se definían suaves y le dejaron huellas imborrables. No usó herramientas, no se le fuera a extraviar el tacto de lo vivo. Trabajó su talla plástica, descubriendo en la imagen oculta, la comunión de los elementos en la roca amalgamada con agua que a fuego emergería para ella, mientras le daba el soplo de vida que tanto le urgía. Temeraria, rozó por última vez los pliegues húmedos y aspiró el perfume de la tierra que la anclaba a su dueño mineral. Se limpió las manos y la embargó la nostalgia inmisericorde de lo terminado, sintió la soledad del tacto y padeció el olvido de la creación. Y en el abismo inflamado de la piedra, Adán susurró desde su pedestal, llamándola.

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